miércoles, 1 de abril de 2015

Del siniestro aéreo de los Alpes y la fragilidad de los cimientos del individuo.

Desde el prisma del mero espectador que recibe el bombardeo incesante de información sobre el desastre del accidente aéreo de los Alpes, que a todos nos ha dejado helados, abatidos, conmocionados, puedo tratar de elevarme, abstraerme y adentrarme, con el alma encogida (eso sí), con cautela y sigilo (también), pero indemne y firme en la distancia, en la ausencia de lazos, de vínculos que asaetearían y nublarían raciocinio y entraña, e ir más allá

Más allá de esa búsqueda morbosa en unos casos, curiosa en otros, técnica, periodística, sociopolítica, condenatoria, exculpatoria o desgarrada, para centrarme en la cuestión que me resulta más inquietante de tantas, de todas…

No es la búsqueda de corresponsables por las posibles omisiones, o por exceso de celo, por legislación aplicable, normativa de empresa, secreto profesional y criterio médico, medidas de seguridad, etc., etc., etc…

Bella imagen de los Alpes, cordillera en que tuvo lugar el desastre.
 Foto de rendezvousenfrance.com


 Tiene más que ver con ese lado oscuro de la mente, con esas sombras y fantasmas que anegan, minan y estrangulan el alma.
Esos “renglones torcidos” (1) que a veces laten con más fuerza, y a viva voz, en la penumbra del yo, nos hablan de cosas macabras; esas heridas que “apenas” sangran (o no lo hacen, al menos, hacia fuera), pero sí desangran, agotan, abaten y matan…

Ese monstruo infernal e invisible que un buen día nos visita, activa un “clic” allá, dentro, en lo hondo… y desata tempestades… Ese “demonio” capaz de devastar, como un tsunami, y capaz de arrancar y arrebatar de cuajo sensibilidad, cordura, empatía, ego, humanidad…

Heraldos Negros (Cesar Vallejo)



Hay golpes en la vida tan fuertes… Yo no sé.



Golpes como del odio de Dios. Como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido


Se empozara en el alma… Yo no sé.


Son pocos, pero son…


Abren zanjas oscuras


En el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.


Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas.


O los heraldos negros que nos manda la muerte.


Son las caídas hondas de los Cristos del alma.


De alguna fe adorable que traiciona el destino.


Son esos rudos golpes las explosiones súbitas,


De alguna almohada de oro que funde un sol maligno.


Y el hombre… ¡Pobre hombre! Vuelve los ojos como


Cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;


Vuelve los ojos locos, y todo lo vivido


Se empoza como un charco de culpa en la mirada…


Hay golpes en la vida tan fuertes… ¡Yo no sé!.


Algunos dicen que hay que ser muy valiente… Otros, sin embargo, sostienen justamente lo contrario… que es indicio y señal inequívoca de una gran cobardía…

No sé; no sé en verdad qué pensar del suicidio, del que se suicida; no sé qué pensar de sus mil y una formas, de sus trajes y mortajas… a solas o en compañía…

Sólo sé que hay que sentir que algo se ha roto en el "yo mismo", en el "nosotros", el "vosotros" y "contigo"... ¡¡de tal forma, hasta tal punto!!… que se me anudan y agolpan las tripas y las lágrimas en la misma garganta…

Es sentir la soledad y el abandono hasta el desarraigo; la pérdida, la derrota y la deriva; el castigo eterno, el infierno en vida; el carecer de sentido, la zozobra constante, incesante…

Es no querer soportar ya más; no soportarse; carecer de razones, enterrar cada día un puñado de sueños e ilusiones… Doblar la rodilla y hundirse entre lodos y fango; no querer levantarse, vencerse, abandonarse, dejarse arrastrar, aplastar… y cerrar los ojos, torcer la cara a un día más…

Es la angustia de tener que vivir, el dolor de respirar, las lágrimas ulcerando la cara, y el corazón demasiado cansado, abatido, arrugado, apagado…

Ofuscada y hastiada la mente, ocluida y gastada, sin rastro de azules y verdes; sin fe, sin horizonte, sin huella, sin norte…

Son esas “cárceles del alma” (2) en que a veces sucumben la esperanza y las ganas; y nos arrastran sin remedio, turbio torbellino, al pozo más negro y más fiero, más tétrico y lúgubre… callejón sin salida, punto de no retorno (PNR).

Y he aquí que me asusta y conmueve, y me conmuevo y me asusto, de igual a igual, en la certeza de que todos, tanto tú como yo, nosotros… podríamos ser y sentir algún día, en algún momento de la vida, quién sabe, tal vez, esa suerte de desasosiego indescriptible que te arroja a la sin razón más aberrante y peligrosa…

¿Qué ha fallado?, ¿qué conclusiones, análisis, reflexiones, planteamientos, actuaciones cabría esperar al hilo de todo lo acontecido?...

De nuevo pretendo ir más allá… Más allá de si sobran, faltan o cojean las medidas y políticas de seguridad, etc., etc.

Lo que ha fallado, lo que falla una y otra vez, es la base humana; el desarrollo y proyección del yo, del entorno íntimo del yo, del entorno próximo (el tú y el nosotros), del más remoto, social, laboral, lúdico y cultural (vosotros y ellos).El caldo de cultivo, en definitiva, los sólidos cimientos del individuo y de la sociedad, capaces de cimbrear frente a huracanes, de mudar y mudarse, construir, reconstruirse y adaptarse… sobrevivir, sobreponerse… 

La forja que hoy nos hace y nos moldea, es la que ha fallado de forma flagrante, al permitir tal grado de desintegración de la persona, tal grado de dependencia y subyugación por una idea, por una meta, por un trabajo (aunque sea el trabajo soñado).

Ni familiares, ni amigos, ni compañeros… ni los médicos, ¡¡NADIE!!. Nadie ha sido capaz de entrever, con apropiadísima clarividencia, que algo no iba bien… que Andreas se desmoronaba y alejaba, por un cúmulo de circunstancias personales que en su interior se revolvían, sublevaban, exacerbaban y descontrolaban, hasta el punto de la pérdida de la conciencia absoluta…

¡¡NADIE!!, nadie ha sido capaz de llegar hasta Andreas, de tender ese hombro, esa mano que en tan fatídicos momentos precisaba. Nadie era consciente, nadie albergó sospechas… ¡¡NADIE!!. 

Nadie pudo llenar ese hueco, cerrar esa herida, secar esas lágrimas; nadie pudo arrojar luz entre tanta tiniebla, dirigir la nave, saciar su sed, proporcionar en el pecho un seguro cobijo, y derretir su pena, su rabia, su angustia… en un abrazo infinito… de madre, de padre, de novia, de amigo… de hombre, de humano… de hermano.

(1)    Los renglones torcidos de Dios, sensacional obra de Torcuato Luca de Tena sobre los intrincados misterios de la locura y sus múltiples vertientes.
(2)  Las cárceles del alma, novela de Lajos Zilahy, otro ejemplo de esa literatura rusa que ahonda en lo profundo del ser humano.

1 comentario:

  1. Mi respeto y cariño para familiares, amigos y víctimas que en estos momentos han de lidiar con el torbellino de sentimientos y sensaciones que escapan al alma.

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