Enterrados vivos, casos reales de principios del siglo XX

Tragedias del cementerio

                “Los periódicos franceses dan cuenta del horrible fin de una desventurada a la que hace pocos días se dio sepultura encontrándose en estado letárgico. Dicha infeliz, vecina de Sarbazan, fue enterrada el 1º de Mayo. Al día siguiente, un hombre que pasaba casualmente cerca de la fosa, no bien cubierta aún, oyó con toda claridad golpes sordos que parecían proceder de bajo tierra.

            Sorprendido el hombre, arrodillóse sobre la tumba y prestó oído. No había duda posible. Seguían produciéndose los ruidos sordos, mezclados con gritos. El caso no era para aplazamientos.

            Nuestro buen aldeano se dirigió precipitadamente en busca del alcalde, a quien informó de lo que ocurría. Pocos momentos después se personaba en el cementerio la autoridad municipal acompañada de un médico, procediéndose a la apertura de la tumba sospechosa. Descerrajado y abierto el féretro, ofrecióse a la vista de los circunstantes un espectáculo horrendo. La mortaja que envolvía a la mujer se encontraba hecha girones. El corazón de la enterrada viva latía aún, pero a los pocos segundos dejó de agitarse. De la boca de la mujer se escapó una oleada de sangre. Todo había terminado. La pobre cataléptica hubiera podido ser salvada, de verificarse la exhumación media hora antes. Sin duda había luchado contra la asfixia durante seis u ocho horas, rasgando el lienzo mortuorio e intentando abrir el ataúd, en un esfuerzo supremo. ¡Qué horrible agonía!.

            Por desgracia, este caso se halla lejos de ser único. A los ejemplos ya citados en estas columnas, podemos añadir este otro, tomado de una revista médica alemana. Un oficial de artillería de Sajonia fue enterrado tal día como un jueves. Al domingo inmediato se abrieron al público las puertas del cementerio. De pronto se forma un corrillo. Es que un individuo asegura haber oído algo en la tumba del oficial, cuya lápida parecía, en efecto, hallarse un poco levantada.

            Verificada con toda prontitud la exhumación, se hizo saltar de un azadonazo la tapa del ataúd, viéndose con espanto que el muerto había logrado descoser el sudario, sacar la cabeza y los brazos y aún desencajar algo la cubierta del féretro. Afortunadamente el socorro llegaba a tiempo. Conducido el cadáver al hospital, tuvo la suerte de ser salvado a los tres días de su inhumación.”

Fundada en Madrid en 1909 por el periodista Manuel Alhama Montes, bajo el seudónimo de “TheWanderer”, la revista ilustrada Alrededor del Mundo ofrecía al público lector información variada de actualidad e interés, que iba más allá de las fronteras de una “convulsa” península ibérica, para situarse al margen de esa actividad periodística que cobraba fuerza y protagonismo en el debate político del momento, y que comenzaba a otorgar voz a las reivindicaciones de la clase obrera.
                Así, esta revista de variedades y entretenimiento prolongará su actividad hasta 1930, con artículos y reportajes que no son sino un fiel reflejo de las costumbres, inquietudes, pensamientos e intereses del ciudadano de aquella época; y un ejemplo notable de calidad periodística y lingüística.

La revista ilustrada Alrededor del Mundo abordaba todo tipo de temas


                Allá por los comienzos del siglo XX (1906, 1907), y a juzgar por lo abultado de las líneas y espacios que la revista dedica al asunto, una de las cuestiones que más atormentaba a la población era la posibilidad de ser enterrado vivo por error de diagnóstico.

                Se lamentaban, airados, de lo poco que había avanzado la medicina en este punto, y de lo escasamente fiables que resultaban los métodos convencionales a la hora de certificar la defunción.

                No es de extrañar, desde luego, que esta posibilidad les quitase el sueño. Tal vez sea una de las peores pesadillas concebidas, y como vemos, recurrentemente acaecidas a lo largo de la historia, que tanto juego ha dado a escritores y cineastas de tiempos presentes y pasados.
                Y no sólo no es de extrañar, sino que resulta estremecedoramente noticiable, dado que las estadísticas de la época arrojaban cifras alarmantes de casos por todo el mundo en que hombres y mujeres estaban siendo enterrados vivos, por diagnósticos erróneos. Finales felices, en los que el rescate de la víctima se llevaba a cabo a tiempo y con éxito; o se levantaba en pleno duelo para susto supremo de los presentes… y aquellos sucesos más macabros y horripilantes, que denunciaban la realidad de personas que habían fallecido… pero después de ser enterradas. Fallecidos en mitad del horror, la angustia y desesperación, de despertar de la catarsis y descubrir que habían sido dados por muertos y sepultados en vida.

Casos de muerte aparente


“Entre los casos más notables que acuden a nuestra memoria de muertes aparentes, recordamos uno ocurrido al famoso doctor Mendoza. Llamado a asistir a una señora histérica, cayó ésta en tan profundo y completo letargo, que el sabio profesor la diputó por muerta. No obstante, se abstuvo de extender el certificado de defunción, disponiendo que la presunta muerta continuase en observación. A los veintidós días justos de entrar la enferma en letargo, reaparecieron los movimientos respiratorios y los latidos del corazón, compúsose y coloreóse el rostro, volvió el calor de la vida al helado cuerpo, y aquel ser que todos sus deudos lloraban por muerto, tornó a ser la alegría de su hogar (…)”

            “A mediados de 1800, hubo un caso que hizo estremecer de espanto a Barcelona, cuando al practicar la exhumación de un cuerpo, al que se había dado tierra dos lustros antes, descubrieron los sepultureros que el esqueleto se encontraba sentado dentro del féretro, con los codos sobre las rodillas y el cráneo descansando entre las manos, señales todas ellas inequívocas de haber sido enterrado vivo el desgraciado, cuya agonía debió ser ciertamente tremenda.

            Más fortuna que éste tuvo un sujeto enterrado hace algunos años en Roma, el cual, al volver de su letargo y verse aprisionado entre las cuatro tablas del ataúd, lejos de morirse de veras a consecuencia del susto, concentró en sus puños toda su fuerza muscular, forzó la tapa de la caja, echó abajo los ladrillos que tapaban la boca del nicho y salió corriendo a todo correr en dirección a su casa

       Puede colegirse cuál sería la impresión causada en la familia del resucitado, tanto más desagradable cuanto que el difunto vino a interrumpir una conversación bastante viva, entablada entre sus herederos, a propósito de repartición de bienes…

            Despeluznante debió ser también la escena de que habla el profesor Castellini en una de sus obras, quien llamado a practicar el embalsamamiento de un obispo, cuyo cuerpo presentaba todos los signos de la muerte, y habiendo sido certificada la defunción por los médicos de cámara, sacó su estuche quirúrgico y se dispuso a practicar el embalsamamiento del cadáver. Cuando ya amagaba uno de los cortantes cuchillos la al parecer muerta carne del prelado, hizo éste un movimiento y abrió los ojos fijándolos en el operador, a quien la sorpresa había dejado completamente paralizado. Aquel obispo que a dos líneas estuvo de ser embalsamado en vivo, murió verdaderamente bastantes años después.”

                El articulista continuará relatando más y más sucesos de la misma dramática índole… ¡¡tantos!!, que en esta misma publicación se harán eco de que “cierta dama sueca, de exquisitos sentimientos filantrópicos, llamada Miss Lind –af – Hageby, acaba de fundar una Sociedad para la prevención de inhumaciones prematuras. Esto prueba que la cuestión de los sepelios dudosos continúa sobre el tapete, a despecho de las seguridades ofrecidas por la Ciencia. La referida dama ha sentido horror al oír, de labios de un médico norteamericano, que por lo tocante a los Estados Unidos, no es exagerado suponer que de cada cien personas cuya muerte certifican los facultativos, una por lo menos es enterrada viva. Así, según estas mismas estadísticas, serían siete mil seres humanos enterrados vivos al año, lo que supone una media de unas veinte personas al día…”



                Tanta era la preocupación de la sociedad en general, que este tema se abordaba y denunciaba una y otra vez en la publicación, y movilizaba a la gente a advertir a sus allegados sobre la conveniencia de estar alerta en caso de fallecimiento de alguno, y motivó se publicasen los diferentes métodos y sistemas al alcance, que podían ofrecer certezas fundadas para diagnosticar con seguridad una muerte: desde el clásico espejo o llama que se acercan a la boca y nariz del presunto muerto, hasta las punciones entre las uñas, las tracciones rítmicas de la lengua, las inyecciones de amoniaco, las quemaduras hasta formar ampolla… y aquellos dispositivos que comenzaron a instalarse en los cementerios, para permitir que si se daba el caso de algún enterramiento en vida, el supuesto finado pudiese alertar de su condición y estado desde el ataúd, y respirar sin problema hasta ser rescatado.

                    P.D. Agradecimiento especial a Conchita, que conserva estos magníficos ejemplares de la revista que coleccionaba su abuela, y que nos han permitido poder compartir tan curiosos y espeluznantes detalles.
                

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