Un
villano con sentimientos
Estaba siendo
una de esas tardes de “órdago”; el teléfono echando chispas, la sala de espera
hasta los topes, "urgencias urgentes", los proveedores con sus catálogos de
novedades haciéndose a un lado, el sistema que “se cae”, la mercancía que llega
de golpe y a la vez… en esas estábamos, en fin, cuando con apuro evidente se acercan al
mostrador dos hombres y un perro.
Braco húngaro cachorro. Fotografía 1001 Perros. |
El
primero de ellos, un taxista de la ciudad, me explica que el “pedazo armario de
dos por dos” que le acompaña, un tipo rubio de ojos azulísimos, fornido como un
titán y de más de dos metros de altura, es alemán y tiene que coger un tren
dentro de una hora, pero necesita dejar al perro en algún sitio durante dos
noches más o menos.
Le explico que nosotros no tenemos servicio de residencia
canina, chapurreamos en inglés unos instantes, y pese a que no podíamos en
verdad ofrecer tal servicio, dada la urgencia del asunto, decido hacer venir a
unos de los jefes y comentarle la situación. El santo del jefe decide "que
bueno, que vale; que nos ocuparemos del perro durante esos dos días"… y así,
tras dejarnos los datos y querer abonar por adelantado, el hombretón y el
taxista ponen rumbo a la estación.
Acomodé
al perro en el hospital. Era un braco húngaro de 14 meses, se llamaba Buch.
Estaba bien cuidado y alimentado. El pelo brillante y modales impecables.
Pasaron
los dos días, y otros tantos, y otros tantos más… y ni rastro del alemanote.
Llamamos al número que nos había facilitado, pero no obtuvimos respuesta.
En
esta papeleta nos encontrábamos cuando a los pocos días recibimos una carta, en
español, en la que el hombretón nos decía que padecía un cáncer terminal, y que
nos quedásemos con el perro; adjuntaba toda la documentación, papeles y pedigrí
del animal, cartilla sanitaria, etc.
Apenados,
sorprendidos… y conscientes de que el animal, aunque bien
atendido, necesitaba otro tipo de vida más allá de la clínica, el bueno del
jefe que asumió la responsabilidad inicial, pensó que podría llamar a un
cliente y amigo que tenía perros de caza, amante de los mismos y preocupado por
ellos como si de sus hijos se tratase, para que se hiciese cargo de él
definitivamente.
Así
fue. Y pronto Buch mostró todo el potencial que como perro de caza tenía, y
pronto se sintió feliz y contento con sus nuevos amos y compañeros de
aventuras.
Ejemplar de Braco Húngaro. Foto Larousse del Perro. |
A
los dos meses aproximadamente de todo aquello, entró un tipo en la clínica
identificándose como policía judicial, preguntando si habían estado por allí un
perro y un tipo que… la descripción, dadas las singulares características del
individuo (corpulencia, altura, rasgos…), casaban a la perfección con Buch y el
alemán en estado terminal, al que ya dábamos por más que muerto.
Le
dijimos que sí, le contamos la historia, le enseñamos la carta, etc., etc…. Al final, ni cáncer ni nada
de nada… según el oficial de policía, aquel alemán estaba buscado por la
Interpol por delitos que mejor no mencionar, y que desde luego no era ningún
angelito del que apiadarse…
-“Eso
sí” – subrayó el agente. –“Lo que no puedo negar ni discutir es que al perro lo
quería con locura, porque hasta que no lo dejó en un lugar seguro y en buenas
condiciones, a salvo y con buena gente, estuvo huyendo y atravesando Europa con
él, multiplicando riesgos de ser localizado, entorpeciendo su fuga, y
soportando serias dificultades… Es más, si no llega a ser por el detalle del
perro, probablemente no habríamos podido seguir su pista hasta aquí…”
Desconozco
si el fulano en cuestión fue capturado o no… lo que sí sé es que Buch vive una
vida de ensueño… y eso se lo debe al “criminal” que un día fue su dueño… el que
se jugó la vida y la libertad por poner a salvo a su amigo de cuatro patas…
Lo
dicho, un villano, sí… pero con sentimientos.
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