Han pasado, por lo menos, veinte años… No por
ese rostro mitad querubín tímido e ingenuo, mitad diablillo travieso y burlón …
¡¡Tremendo, Angelito,
tremendo!!...
“El jefe infiltrado”, sí… ¿en serio?... ¡¡menuda sorpresa!!... Y digo sorpresa,
porque lo ha sido, de veras, al menos en un par de aspectos.
Por un lado he sentido
esa tibia alegría que te reportan los gratos recuerdos de momentos ya lejanos
de la vida, al resbalar de pronto y sin avisar, por el alma y por el pecho, al
pasearse sin pudor por lo recóndito del cerebro, y arrancarte de nuevo lo que
de divertido, entrañable y tierno tuvieron.
Tal vez no sean muchas
las anécdotas que atesoro y conservo. Pero sí tengo, vívida en un rincón, tu
sonrisa y gamberradas. El brillo de la personalidad, el timbre de la risa, lo
tenue de la voz . A fuego grabadas las tardes de “tocata”, haciendo llorar las
notas… y haciendo reír a Mario, a Ángel, al mismísimo Rafa.
Las largas horas de “charleta”
y de “clara” en porrón… en aquel paraíso inigualable de Vallecas… y la admiración y el orgullo que sentíamos todos al estar con vosotros. Un
referente, un ideal, un motor para seguir creciendo y querer seguir haciéndolo. Amistad, tolerancia,
respeto, libertad; diálogo, apertura, reflexión e irreflexión, arte e
improvisación… el genio, la razón y lo irracional, la variedad, la versatilidad,
la risa… y esa pizca de locura… como caldo de cultivo para
unos jóvenes sedientos e inquietos, permeables y sensibles al calor de sentir y
pensar.
Recuerdo a un gran tipo… inteligente, culto, divertidísimo. Con norte y con
estrella; con sensibilidad, con duende, con magia y con gracia …
Y ahora, así, de golpe y porrazo... resulta que te metes en el papel de "Jefe Infiltrado"...
He de confesar, de
todas formas y por muy Angelito que seas, que no he llegado a ver la emisión
completa. Lo suficiente para desbordar y desatar los resortes del pensamiento,
del sentimiento.
Porque aunque seas
Angelito (como si fueses Santi, Ángel, Ana, Mario, Azucena o Rafa…), sigo sin ser capaz de entretenerme, aficionarme o enriquecerme con este
tipo de programas que tanto abundan.
Sigo queriendo compartir mi intimidad cotidiana con unos cuantos elegidos,
y sigo sin querer compartir o conocer la intimidad cotidiana del resto de
mortales.
No me interesan ni las “miserias anodinas”, ni las “mediocres proezas”
de desconocidos; no me interesan sus “complicadas, siniestras o desgraciadas
vidas”, o sus “glamurosas actividades libres de preocupaciones mundanas”… No me
interesa si lloran, se desesperan, explotan y se arrebatan; si mienten, “roban
o matan”…No, no me interesan si se venden en un programa de televisión.
Pero lo cierto es que, de no haber aparecido tú ahí, Angelito, en “El jefe infiltrado”, jamás
lo habría visto ni por un segundo… y jamás me habría puesto a pensar y escribir
sobre este asunto.
Tengo ciertas dudas sobre la moralidad y licitud del programa. Y tengo infinitas
incógnitas relativas a vuestra decisión de recurrir al mismo. No sé, no me
acaba de cuadrar…
Entiendo que lo que se quiere vender es el “acercamiento” del jefe a la realidad de sus
trabajadores (la empatía, en definitiva), y el descubrimiento de las virtudes y flaquezas de empresa, jefe y
empleados.
La realidad es que lo
que la cadena vende es un programa de “bajísimo
presupuesto”, que se nutre y enriquece con la frivolidad de mostrar los
“aburridos” pormenores del día a día laboral de algunas personas, que “sin saberlo”
(como Jim Carrey en el Show de Truman), están siendo analizadas, inspeccionadas
y estudiadas como cobayas, no ya por un “jefe preocupado e involucrado”, sino
por cientos de espectadores con ganas de “gresca” o de secarse las lágrimas.
Y es que la cosa cambia si hay o no emisión, si están detrás las cámaras.
Si en verdad se
tratase de un “experimento sociológico” (como Gran Hermano, ja, ja) en el que
lo que se persiguen son buenas y loables intenciones, bastaría con que el jefe se infiltrase, y sin programa ni cámaras, obrase
como bien le pareciese con respecto a su negocio y trabajadores. Un paso más en la extendida
práctica del “cliente misterioso”, pero en pro de ese acercamiento y
sensibilización, de ese intercambio de papeles. Y aún así, aún en este caso,
albergo todavía dudas respecto a la licitud de dicho procedimiento.
Al entrar en juego las cámaras, a mí se me antoja una burda burla de las
primigenias intenciones; un juego, una estafa, una parodia… otro modo de, a
bajo precio, conseguir audiencia, generar polémica; lograr notoriedad, nombre o
dinero…
Un espectáculo “snuff
descafeinado”, si se me permite la comparación (con sus notables diferencias y
connotaciones divergentes), en el que poco falta (a veces) para que llegue a correr la
sangre…
Supongo que la cadena
tendrá más que atado el art. 18 de la Constitución Española (derecho a la
intimidad, a la propia imagen, etc. etc.), y que al final, y lo siento por la
crédula audiencia, todo está “amañado” de alguna u otra manera.
Porque de no ser así,
y salvo que medie consentimiento expreso previo a la emisión, muchos de los trabajadores que se han visto y verán en la tesitura, y que no son partidarios de que se exhiban sus intimidades, independientemente
de si “quedan como imbéciles ignorantes”, “como cerdos sin consideración”, o
“como verdaderos ángeles”, podrían interponer
sensacionales demandas al respecto.
Art.
18 CE: 1.
Se garantiza el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la
propia imagen. 4. La ley limitará el uso de la informática para garantizar el
honor y la intimidad personal y familiar de los ciudadanos y el pleno ejercicio
de sus derechos.
Al margen de la
licitud que habrían de considerar, en cualquier caso, los tribunales, queda el poso y el peso ético, moral, de la actividad en cuestión.
Tal vez la decisión
no se tomase en su global consideración, puede que no se sometiese al análisis
pormenorizado requerido. Es posible que lo que prevalezca en principio
sea lo divertido y original de la experiencia, lo productiva a nivel personal y
empresarial, la repercusión mediática y sus posibles positivas consecuencias en
tiempos de crisis…
Pero lo que
prevalece, al final, es la total falta de
consideración y respeto para con la vida del prójimo, para con el derecho al
anonimato, intimidad e imagen; para con los sentimientos y libertades de esos trabajadores, a los que se está
poniendo a prueba (con toda suerte de argucias, trampas y tretas), ante un montón de miradas
indiscretas que no tienen por qué compartir y juzgar el devenir cotidiano de su
trabajo.
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