Arritmia en la tierra
Mientras las libertades creen poder
expresarse y manifestarse, libremente, en todo momento y a gritos como en un
concierto; mientras la verdad cree campar a sus anchas al amparo de las democracias;
mientras la ONU, los gobiernos, los otros y los de “la moto”, pactan, ajustan y
reajustan, se tiran del moño (o la coleta) y se suenan los mocos;rematan y atan
por aquí y por allá (para mí, mejor que para ti)… los que manejan el cronómetro y los datos reales
del planeta, se estremecen en inquietante escalofrío, a la sombra de las
siempre parciales y benefactoras estadísticas que, sin mostrarse
esperanzadoras, arrojan más esperanzas de las que le quedan a la devastada y superpoblada
Tierra. El pulso se ralentiza, los polos se derriten y estragan… taquicardia,
arritmia, sobresalto, sobrecarga… infarto final, desenlace fatal…
Los procesos de combustión generan partículas nocivas que el ser humano inhala a diario. Foto de El Economista (Ecodiario) |
A 3 de noviembre de 2014 (el otro día, ¡¡vaya!!), la ONU alertaba de las consecuencias
dramáticas e irreversibles de la emisión de sustancias nocivas, y decidía
establecer el año 2100 como plazo máximo para reducir a cero las
emisiones de CO2, al tiempo que subrayaba la imperiosa necesidad de
acabar definitivamente con las energías no renovables, y aplaudir y apostar por
las sostenibles.
La
semana pasada, comentaban en los medios que Madrid, en la primera quincena de año, ya había alcanzado la “tasa anual asignada en cuanto a emisiones”.
Resulta patético, grotesco, absurdo…
esperpéntica y desvergonzada tomadura de pelo.
Hace ya bastantes décadas que los expertos nos vienen
advirtiendo de lo alarmante de la evolución del calentamiento, y de que son los
humanos los que ejercen un impacto directo sobre este proceso conocido como "efecto
invernadero", que dada su magnitud y
progresión, resultará fatídico en un futuro no muy lejano.
“El recalentamiento del planeta
está avanzando tan rápidamente, que los hielos que flotan en el Ártico habrán
desaparecido en un plazo de 25 a 40 años”. James Lovelock
(científico ecologista).
Una relación conflictiva, que no encuentra el equilibrio,
porque mientras el ser humano ejerce un impacto
directo sobre el calentamiento, el calentamiento ejerce un impacto directo
sobre la vida y expectativas de conservación y supervivencia de los humanos,
del entorno, del planeta.
Las investigaciones que el Premio Nobel de Química
de 1995, Mario Molina, llevó a cabo desde 1974 sobre el uso de
clorofluorcarburos, más conocidos por las siglas CFC´S y su influencia negativa sobre la capa de
ozono, fueron determinantes para que en 1996 se firmase el Protocolo de
Montreal de Naciones Unidas, que prohibió a los países desarrollados la
producción de los mismos.
Molina alertaba, ¡¡ya en 1974!!, de la seria amenaza a la que habría de
enfrentarse la humanidad, y advirtió del deterioro que por entonces sufría la
capa de ozono.
La
relación establecida en sus trabajos de investigación entre el agujero de ozono
y los compuestos de cloro y bromuro de la estratosfera, le valieron el Nobel y
la firma del citado protocolo internacional, a finales de los noventa.
Sin
embargo, entrados ya en el nuevo
milenio, Molina volvía a insistir en el hecho de que “la humanidad está cambiando la calidad del aire, cambio que tiene efectos
directos sobre la salud, ya que en los procesos de
combustión se generan partículas minúsculas (de unas dos micras), que el hombre
inhala a diario”.También apuntaba que “el cambio en el medio ambiente empieza a adquirir proporciones alarmantes
en cuanto a su escala geográfica, ya que no sólo se limita y circunscribe a las
grandes ciudades. Aún quedan muchas ciudades y países en vías de desarrollo, y
una vez alcancen el mismo, multiplicarán el volumen total de emisiones”.
Problemas
globales en un mundo que ha optado por la globalidad, que ha de enfrentarse al
calentamiento global y al cambio químico que sufre el hemisferio norte…
Y sin embargo, a pesar de la insistencia de científicos e
investigadores, a pesar de Protocolos y compromisos internacionales, estamos a
día de hoy, en pleno 2015, y seguimos dando “puerta” y largas al asunto.
Hacemos
como que hacemos; decimos mucho, sí, “de corazón, con seriedad y buenos
propósitos”… pero, a juzgar por lo que vienen explicando los que de verdad
saben de esto, es posible que 2100, señores, sea demasiado tarde…
demasiado CO2 para los pulmones...
Claro que ni ellos, ni yo, viviremos para poder
comprobarlo. Ésa es, tristemente, la conclusión que saco. ¿Para qué se van a molestar y complicar, dejar de exprimir y
expoliar, si para cuando llegue el momento, nosotros ya no estaremos?.
Lo
dicho, ¡¡patético!!.¡¡Vergüenza siento, de veras!!. No tengo hijos, pero es igual… Tengo
entrañas y sentimientos. Ellos, los que se lo piensan y lo esquivan,
los del 2100 y bla, bla, bla… tienen hijos y nietos…
Y no les importa un pimiento
dejar esto hecho un asco, un erial, un desierto, una gigantesca alcantarilla
radiactiva y ultra cancerígena. Aunque a los hijos o nietos les toque soportar
y lidiar con sus mutaciones y metástasis. No te digo, entonces, lo que les importa un bosque, un océano, un
oso, una foca, un lince o una morsa.
Entonces…
¿qué va a pasar?
El efecto invernadero es una condición
natural de la atmósfera de la tierra. Algunos gases, tales como los
vapores de agua, el dióxido de carbono (CO2) y el metano, son llamados gases
invernadero, ya que atrapan el calor del sol en las capas inferiores de la
atmósfera. Sin ellos, nuestro planeta se congelaría y
nada podría vivir en él, pero el exceso de gases y emisiones, supone un
recalentamiento que roza lo peligroso.
A medida que el planeta se calienta, los casquetes polares se derriten (cada año abandonan la Antártida unos 1500km cúbicos de hielo, que es la cantidad de agua que
consumimos en todo un año), y como el calor del sol, al
llegar a los polos, es reflejado de nuevo hacia la atmósfera, menor es la
cantidad de calor que se refleja, hecho que supone que la tierra se caliente
aún más. El calentamiento global también ocasiona que se evapore más agua de
los océanos. El vapor de agua actúa como un gas invernadero, y de nuevo se
potencia el calentamiento. Esto contribuye al llamado "efecto amplificador".
La quema de combustibles, la
deforestación en favor de las grandes urbes, las necesidades energéticas de la
sociedad actual (teléfonos, televisores, neveras, calefacciones,
calentadores, maquinaria, medios de transporte, fábricas...), sus hábitos y comodidades, son algunos de los factores
que influyen decisiva y negativamente en este proceso.
Y como consecuencia del mismo, no sólo las temperaturas
aumentan, se derriten los glaciares, y se desertiza la tierra. Estos cambios afectan de forma directa a la vida, a las características y
distribución geográfica de ésta. Así, flora y fauna, como
paso previo a una más que probable extinción, migran, buscan otros lugares, más
próximos a los polos, con temperaturas más bajas y mayores concentraciones de
agua dulce. Y del mismo modo que el adelgazamiento de la capa de ozono nos
vuelve más vulnerables frente a melanomas y cáncer de piel (radiación
ultravioleta), el resto de organismos también han de verse afectados.
Teniendo en cuenta que de su supervivencia depende la
nuestra, el fenómeno implica
e involucra a todos, no sólo porque afecta al conjunto del planeta, sino porque
de la acción conjunta del total de los seres humanos, depende el frenar o
ralentizar este preocupante proceso.
Nos hemos dedicado a expoliar el medio, talar selvas, perforar la superficie
terrestre, cazar indiscriminadamente, y arrojar sin control ingentes cantidades
de residuos y basuras, generadas en nuestras inconmensurables urbes,
sobre las que se aprecia, a cierta distancia, esa nube gris, ese “hongo”
siniestro que envuelve y cubre su cielo, y que no es otra cosa que
contaminación, polución, concentración de gases y sustancias tóxicas, nocivas.
Hemos convertido los espacios naturales en vertederos, y las dramáticas consecuencias de nuestra irresponsable actitud se aprecian en esta fotografía de AMUP |
El hombre moderno depende tanto de las fábricas e
industrias, de los combustibles y energías no renovables, de las tecnologías, que se ha encadenado y
esclavizado hasta el punto en que su modo de vida es inconcebible sin ocasionar
tan tremendo impacto en los ecosistemas, en la atmósfera, en la capa de ozono,
en los océanos.
La culpa, sin
embargo, no es del ciudadano de a pie, que se ha visto envuelto en esta rueda,
que se ha acomodado a los usos y costumbres establecidos, y que realmente
carece de verdadera concienciación del impacto medioambiental, y del impacto
consecuente sobre su propia salud. La culpa la tienen aquellos que saben que la situación es
realmente preocupante e insostenible, y sin embargo siguen apostando y
fomentando un modelo social que, entre otras cosas, acelera el calentamiento y
modificación de la composición química del planeta Tierra.
Según estudios realizados por la Agencia Estatal de Meteorología en España, Galicia, uno de los “pulmones” de Europa, ha incrementado la media de sus temperaturas máximas en casi un grado, desde la segunda mitad del siglo XX. Y tal vez algunos piensen que “bueno, un grado, al fin y al cabo, no es tanto”. No lo es según para quién. Porque algunas especies, por poner un ejemplo, son tan sensibles a las pequeñas variaciones de temperatura, como para llegar a estragarse y desaparecer. Por otra parte, si cada cincuenta años la temperatura se eleva en un grado, y este hecho se extrapola al resto del planeta, en no mucho tiempo habrá zonas, las más cálidas, que resultarán inviables para albergar cualquier tipo de vida.
Es
más que probable que el mar ascienda en sólo cien años
más de metro y medio. La consecuencia inmediata, la desaparición de muchas de
las zonas costeras (Holanda, Bélgica, Bangla-Desh…). Los glaciares pierden tamaño y
las grandes moles de hielo (icebergs) se deshacen a marchas forzadas. Los
glaciares de la Antártida se deshacen tan rápido, que en cuestión de cincuenta
años habrán perdido, más o
menos, la mitad de su tamaño
actual (en la Antártida se concentra el 90% del hielo terrestre).
Los
animales también se están viendo afectados; directa e inminentemente los osos
polares, leones marinos, focas, morsas, etc., e indirectamente muchos otros,
que están alterando sus costumbres, dados los efectos colaterales del
calentamiento. Cada vez se encuentran más ejemplares de animales diversos en
zonas y regiones que no constituyen, de por sí, su hábitat convencional; bien
en busca de territorios más aptos a sus necesidades, bien porque regiones que
les eran ajenas y extrañas
dadas sus condiciones climáticas, ahora les resultan gratas y habitables. Los
animales migran, si pueden, tratando de escapar de la debacle.
Los riesgos se multiplican, como vemos, y
los augurios y predicciones no son nada buenos:
Sequías, ciclones, riadas, pérdida de
biodiversidad, extinción de especies, mayor exposición y difusión de
enfermedades, desaparición de lagos y glaciares, descenso de la productividad
agrícola y de los recursos pesqueros, disminución considerable de las reservas
de agua dulce, témpanos a la deriva con el consiguiente peligro para los buques
(son muchos los icebergs que se encuentran abandonados a su propia suerte; el
mayor témpano se encontró en 1965, y medía la friolera de 335km de largo por
97km de ancho, más o menos como Cataluña)… y una atmósfera cargada de veneno, que todos respiraremos…
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