jueves, 29 de enero de 2015

Desvergonzada "indiferencia" ante el alarmante calentamiento del planeta...

Arritmia en la tierra

            Mientras las libertades creen poder expresarse y manifestarse, libremente, en todo momento y a gritos como en un concierto; mientras la verdad cree campar a sus anchas al amparo de las democracias; mientras la ONU, los gobiernos, los otros y los de “la moto”, pactan, ajustan y reajustan, se tiran del moño (o la coleta) y se suenan los mocos;rematan y atan por aquí y por allá (para mí, mejor que para ti)… los que manejan el cronómetro y los datos reales del planeta, se estremecen en inquietante escalofrío, a la sombra de las siempre parciales y benefactoras estadísticas que, sin mostrarse esperanzadoras, arrojan más esperanzas de las que le quedan a la devastada y superpoblada Tierra. El pulso se ralentiza, los polos se derriten y estragan… taquicardia, arritmia, sobresalto, sobrecarga… infarto final, desenlace fatal…

Los procesos de combustión generan partículas nocivas
que el ser humano inhala a diario. Foto de El Economista (Ecodiario)


            A 3 de noviembre de 2014 (el otro día, ¡¡vaya!!), la ONU alertaba de las consecuencias dramáticas e irreversibles de la emisión de sustancias nocivas, y decidía establecer el año 2100 como plazo máximo para reducir a cero las emisiones de CO2, al tiempo que subrayaba la imperiosa necesidad de acabar definitivamente con las energías no renovables, y aplaudir y apostar por las sostenibles.
            La semana pasada, comentaban en los medios que Madrid, en la primera quincena de año, ya había alcanzado la “tasa anual asignada en cuanto a emisiones”.



            Resulta patético, grotesco, absurdo… esperpéntica y desvergonzada tomadura de pelo.

            Hace ya bastantes décadas que los expertos nos vienen advirtiendo de lo alarmante de la evolución del calentamiento, y de que son los humanos los que ejercen un impacto directo sobre este  proceso conocido como "efecto invernadero", que dada su magnitud y progresión, resultará fatídico en un futuro no muy lejano.

            “El recalentamiento del planeta está avanzando tan rápidamente, que los hielos que flotan en el Ártico habrán desaparecido en un plazo de 25 a 40 años. James Lovelock (científico ecologista).

            Una relación conflictiva, que no encuentra el equilibrio, porque mientras el ser humano ejerce un impacto directo sobre el calentamiento, el calentamiento ejerce un impacto directo sobre la vida y expectativas de conservación y supervivencia de los humanos, del entorno, del planeta.

            Las investigaciones que el Premio Nobel de Química de 1995, Mario Molina, llevó a cabo desde 1974 sobre el uso de clorofluorcarburos, más conocidos por las siglas CFC´S y su influencia negativa sobre la capa de ozono, fueron determinantes para que en 1996 se firmase el Protocolo de Montreal de Naciones Unidas, que prohibió a los países desarrollados la producción de los mismos.

            Molina alertaba, ¡¡ya en 1974!!, de la seria amenaza a la que habría de enfrentarse la humanidad, y advirtió del deterioro que por entonces sufría la capa de ozono.
           
           La relación establecida en sus trabajos de investigación entre el agujero de ozono y los compuestos de cloro y bromuro de la estratosfera, le valieron el Nobel y la firma del citado protocolo internacional, a finales de los noventa.

            Sin embargo, entrados ya en el nuevo milenio, Molina volvía a insistir en el hecho de que “la humanidad está cambiando la calidad del aire, cambio que tiene efectos directos sobre la salud, ya que en los procesos de combustión se generan partículas minúsculas (de unas dos micras), que el hombre inhala a diario”.También apuntaba que “el cambio en el medio ambiente empieza a adquirir proporciones alarmantes en cuanto a su escala geográfica, ya que no sólo se limita y circunscribe a las grandes ciudades. Aún quedan muchas ciudades y países en vías de desarrollo, y una vez alcancen el mismo, multiplicarán el volumen total de emisiones”.

            Problemas globales en un mundo que ha optado por la globalidad, que ha de enfrentarse al calentamiento global y al cambio químico que sufre el hemisferio norte…
            Y sin embargo, a pesar de la insistencia de científicos e investigadores, a pesar de Protocolos y compromisos internacionales, estamos a día de hoy, en pleno 2015, y seguimos dando “puerta” y largas al asunto.

         Hacemos como que hacemos; decimos mucho, sí, “de corazón, con seriedad y buenos propósitos”… pero, a juzgar por lo que vienen explicando los que de verdad saben de esto, es posible que 2100, señores, sea demasiado tarde… demasiado CO2 para los pulmones...

         Claro que ni ellos, ni yo, viviremos para poder comprobarlo. Ésa es, tristemente, la conclusión que saco. ¿Para qué se van a molestar y complicar, dejar de exprimir y expoliar, si para cuando llegue el momento, nosotros ya no estaremos?.

         Lo dicho, ¡¡patético!!.¡¡Vergüenza siento, de veras!!. No tengo hijos, pero es igual… Tengo entrañas y sentimientos. Ellos, los que se lo piensan y lo esquivan, los del 2100 y bla, bla, bla… tienen hijos y nietos…

         Y no les importa un pimiento dejar esto hecho un asco, un erial, un desierto, una gigantesca alcantarilla radiactiva y ultra cancerígena. Aunque a los hijos o nietos les toque soportar y lidiar con sus mutaciones y metástasis. No te digo, entonces,  lo que les importa un bosque, un océano, un oso, una foca, un lince o una morsa.

            Entonces… ¿qué va a pasar?
        
            El efecto invernadero es una condición natural de la atmósfera de la tierra. Algunos gases, tales como los vapores de agua, el dióxido de carbono (CO2) y el metano, son llamados gases invernadero, ya que atrapan el calor del sol en las capas inferiores de la atmósfera. Sin ellos, nuestro planeta se congelaría y nada podría vivir en él, pero el exceso de gases y emisiones, supone un recalentamiento que roza lo peligroso.

            A medida que el planeta se  calienta, los casquetes polares se derriten (cada año abandonan la Antártida unos 1500km cúbicos de hielo, que es la cantidad de agua que consumimos en todo un año), y como el calor del sol, al llegar a los polos, es reflejado de nuevo hacia la atmósfera, menor es la cantidad de calor que se refleja, hecho que supone que la tierra se caliente aún más. El calentamiento global también ocasiona que se evapore más agua de los océanos. El vapor de agua actúa como un gas invernadero, y de nuevo se potencia el calentamiento. Esto contribuye al llamado "efecto amplificador".

            La quema de combustibles, la deforestación en favor de las grandes urbes, las necesidades energéticas de la sociedad actual (teléfonos, televisores, neveras, calefacciones, calentadores, maquinaria, medios de transporte, fábricas...), sus hábitos y comodidades, son algunos de los factores que influyen decisiva y negativamente en este proceso.

            Y como consecuencia del mismo, no sólo las temperaturas aumentan, se derriten los glaciares, y se desertiza la tierra. Estos cambios afectan de forma directa a la vida, a las características y distribución geográfica de ésta. Así, flora y fauna, como paso previo a una más que probable extinción, migran, buscan otros lugares, más próximos a los polos, con temperaturas más bajas y mayores concentraciones de agua dulce. Y del mismo modo que el adelgazamiento de la capa de ozono nos vuelve más vulnerables frente a melanomas y cáncer de piel (radiación ultravioleta), el resto de organismos también han de verse afectados.

            Teniendo en cuenta que de su supervivencia depende la nuestra, el fenómeno implica e involucra a todos, no sólo porque afecta al conjunto del planeta, sino porque de la acción conjunta del total de los seres humanos, depende el frenar o ralentizar este preocupante proceso.

            Nos hemos dedicado a expoliar el medio, talar selvas, perforar la superficie terrestre, cazar indiscriminadamente, y arrojar sin control ingentes cantidades de residuos y basuras, generadas en nuestras inconmensurables urbes, sobre las que se aprecia, a cierta distancia, esa nube gris, ese “hongo” siniestro que envuelve y cubre su cielo, y que no es otra cosa que contaminación, polución, concentración de gases y sustancias tóxicas, nocivas.

Hemos convertido los espacios naturales en vertederos,
y las dramáticas consecuencias de nuestra irresponsable actitud
se aprecian en esta fotografía de AMUP


               El hombre moderno depende tanto de las fábricas e industrias, de los combustibles y energías no renovables,  de las tecnologías, que se ha encadenado y esclavizado hasta el punto en que su modo de vida es inconcebible sin ocasionar tan tremendo impacto en los ecosistemas, en la atmósfera, en la capa de ozono, en los océanos.

             La culpa, sin embargo, no es del ciudadano de a pie, que se ha visto envuelto en esta rueda, que se ha acomodado a los usos y costumbres establecidos, y que realmente carece de verdadera concienciación del impacto medioambiental, y del impacto consecuente sobre su propia salud. La culpa la tienen aquellos que saben que la situación es realmente preocupante e insostenible, y sin embargo siguen apostando y fomentando un modelo social que, entre otras cosas, acelera el calentamiento y modificación de la composición química del planeta Tierra.

         Según estudios realizados por la Agencia Estatal de Meteorología en España, Galicia, uno de los “pulmones” de Europa, ha incrementado la media de sus temperaturas máximas en casi un grado, desde la segunda mitad del siglo XX. Y tal vez algunos piensen que “bueno, un grado, al fin y al cabo, no es tanto”. No lo es según para quién. Porque algunas especies, por poner un ejemplo, son tan sensibles a las pequeñas variaciones de temperatura, como para llegar a estragarse y desaparecer. Por otra parte, si cada cincuenta años la temperatura se eleva en un grado, y este hecho se extrapola al resto del planeta, en no mucho tiempo habrá zonas, las más cálidas, que resultarán inviables para albergar cualquier tipo de vida.

            Es más que probable que el mar ascienda en sólo cien años más de metro y medio. La consecuencia inmediata, la desaparición de muchas de las zonas costeras (Holanda, Bélgica, Bangla-Desh…). Los glaciares pierden tamaño y las grandes moles de hielo (icebergs) se deshacen a marchas forzadas. Los glaciares de la Antártida se deshacen tan rápido, que en cuestión de cincuenta años habrán perdido, más o menos, la mitad de su tamaño actual (en la Antártida se concentra el 90% del hielo terrestre).

          Los animales también se están viendo afectados; directa e inminentemente los osos polares, leones marinos, focas, morsas, etc., e indirectamente muchos otros, que están alterando sus costumbres, dados los efectos colaterales del calentamiento. Cada vez se encuentran más ejemplares de animales diversos en zonas y regiones que no constituyen, de por sí, su hábitat convencional; bien en busca de territorios más aptos a sus necesidades, bien porque regiones que les eran ajenas y extrañas dadas sus condiciones climáticas, ahora les resultan gratas y habitables. Los animales migran, si pueden, tratando de escapar de la debacle.

                Los riesgos se multiplican, como vemos, y los augurios y predicciones no son nada buenos:

                Sequías, ciclones, riadas, pérdida de biodiversidad, extinción de especies, mayor exposición y difusión de enfermedades, desaparición de lagos y glaciares, descenso de la productividad agrícola y de los recursos pesqueros, disminución considerable de las reservas de agua dulce, témpanos a la deriva con el consiguiente peligro para los buques (son muchos los icebergs que se encuentran abandonados a su propia suerte; el mayor témpano se encontró en 1965, y medía la friolera de 335km de largo por 97km de ancho, más o menos como Cataluña)… y una atmósfera cargada de veneno, que todos respiraremos…
           




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