miércoles, 14 de enero de 2015

Charlie Hebdo se consagra como la nueva víctima del Medievo Islámico




Si algo caracteriza al ser humano, además de su prodigiosa y sorprendente inteligencia, es la brutalidad y violencia desmedida que en él puede llegar a desatar la vehemencia sin control en la defensa y/o combate de determinados criterios, ideas, conceptos y creencias.



Defensa y combate con registros indelebles e imperecederos en la memoria histórica, evolución y existencia. Cicatrices que, cronológicamente, han venido coincidiendo bien con el devenir de un ritmo expansionista, opresor y colonizador, bien con la decadencia y resquebrajamiento de los pilares de sustento social.

Así, la vieja Europa, tras siglos de esplendor y brillo, de crecimiento y enriquecimiento, fue testigo de cómo se desmoronaban, deslucían y desaparecían las conquistas del pensamiento en su sentido más extenso.

Tras las brumas de la Edad Media, se desintegraron y desvanecieron durante diez largos siglos las sabias palabras y logros intelectuales de los clásicos; y en el nombre de Dios y de lo más sagrado, la Guerra Santa de los reinos cristianos y el combate y muerte al hereje o sospechoso de herejía (brujería), instauró un largo ciclo de oscurantismo, temor, terror, sospecha, recelo, conspiración, ignorancia, decadencia, sumisión y regresión evolutiva.

Los brillos y las luces se apagaron de golpe; el tiempo se detuvo bajo espesas tinieblas… y fue así como se produjo el retorno del ser humano a la caverna (interesante repasar el libro séptimo de la República de Platón).

Con aberrantes e inimaginables personajes como Torquemada, que sin piedad ni mayor contemplación, sin temblarle el pulso o la voz, te enviaba a la primera de cambio a la mismísima hoguera, Europa hubo de aguardar con paciencia el resurgir de las ideas y del pensamiento, de las ciencias y las letras.
Que se lo pregunten si no a Galileo (¡¡válgame el cielo!!) que por sostener la teoría del heliocentrismo, fue condenado a prisión de por vida (pena conmutada por la de “residencia de por vida” por Urbano VIII), obligado a abjurar, y prohibidos sus libros; Galileo, considerado hoy como el padre de la astronomía, la física y la ciencia, también vivió en sus carnes la fanática interpretación de las Sagradas Escrituras.

Así, en paralelo a lo acontecido en la vieja Europa, también al que en su día fue un gran imperio, el Imperio Islámico, le llegó su particular Medievo, que aún hoy se retuerce, revuelve y recrudece, en su obstinado empeño de alimentarse del temor que genera el continuado ejercicio de la represión y la violencia.

Un pueblo sabio y pacífico que tanto aportó y compartió con otras culturas, que tanto asimiló e incorporó a la suya propia; un pueblo que en sus escritos sagrados contempla la solidaridad (limosna), la espiritualidad (el Corán aconseja gozar moderadamente de la existencia y se complace en promover el amor a la vida y a este mundo), y que como la Europa medieval, ve cómo se altera, adapta y transforma su tradición y costumbre, su religión y creencia, para ejercitar (en el nombre de Alá) toda suerte de actos sangrientos, brutales, irracionales e incomprensibles.


Y es que no soy capaz de digerir y entender cómo se puede llegar al extremo de arrancarse de cuajo cerebro y corazón.

Estas posturas irracionales y carentes de lógica, superadas ideológicamente las ancestrales trabas de la barbarie y la ignorancia, de los miedos, de la injusticia y desigualdad, resultan difíciles de comprender, de asimilar. De alguna manera ofenden y atentan contra la inteligencia, por lo que hay en ellas de patología, tara e incongruencia.

¿Cómo es posible arrebatarse hasta la locura por una opinión divergente, por una viñeta en un semanario, por una visión diferente?; ¿en qué cabeza cabe un Dios tan inseguro y sensible a la “ofensa”, tan despiadado e injusto para con sus propios fieles?.


Me asombra, sin embargo, la capacidad y poder que de lejos han venido demostrando los movimientos sectarios sobre sus adeptos y subyugados seguidores. Ese sometimiento y “embrujo” incondicional “contra natura”, que sugestiona, “abduce” y convence a cientos y miles de seres humanos.


Pero al igual que nos sorprende el “síndrome de Estocolmo”, o la mujer apaleada que cree que la culpa es suya, éstos últimos terroristas islámicos vienen a avalar, con sus grotescos asesinatos, lo mucho que de misterio hay en la mente humana. Mentes que, bajo determinadas circunstancias que sospecho mucho tienen que ver con la autoestima del individuo y su “formación”, pueden llegar a verse no sólo manipuladas, sino también anuladas y conducidas a su propia destrucción fanática. Ellos son los Torquemada del siglo XXI, y su arma, en el nombre de Alá, no es la palabra… son las balas del A.K 47, al que al fin y al cabo, encomiendan en verdad su alma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario