miércoles, 10 de diciembre de 2014

Hipotecar la vida... por el azar y la suerte del lugar de nacimiento



                A veces, el tiempo se alarga como una sombra al anochecer; se estira tanto antes de romper en mil pedazos los pedazos de vida que ya habían dejado de ser, que no lograron llegar a ser, que parece horriblemente estático, dramáticamente eterno.

                Y así, en la subjetiva longitud de ese momento en que el mar azota con violencia la patera, en la fugacidad interminable de zozobrar y naufragar,con la retina empapada de costa, de tierra a la vista… desde el silencio del más cruel de los anonimatos, el mar, implacable, vuelve a cobrarse una presa fácil… fruto del fruto de la miseria, de la desesperación, de la última esperanza a la que aferrarse, otro“cascarón” abarrotado inicia y culmina su periplo  letal…



                Son las vidas de aquellos inmigrantes que para escapar del drama que asola su existencia, hipotecan la existencia al mejor postor, porque no queda otro remedio que tratar de traspasar cualquier frontera, de superar y solventar cualquier peligro, cualquier obstáculo, cualquier problema; quebrantando para ello las reglas, vulnerando las leyes; con prisas, sacrificios y "a ciegas"... haciendo frente a la “inmisericorde” naturaleza.



                En sus ojos brilla, tenue, la luz de un sueño igual de tenue; un futuro un poco menos opaco, que a cambió le entregará discriminación y desprecio. Y así, embarcados en la hazaña de morir, en esta ocasión son ocho los menores que “se rinden” al abrazo del insaciable y arbitrario oleaje, de las aguas gélidas, oscuras y negras, como únicas y últimas compañeras.


Pocos inmigrantes logran llegar a tierra en sus frágiles pateras


                       Sueños cortantes como cristales rotos, que pasan por el filtro de las mafias. Organizaciones clandestinas más o menos organizadas, que engrosan sus arcas sin garantizar resultados. 
             Son tratantes de vidas carentes de escrúpulo alguno, que por un “puñado de dólares” conducen al inmigrante a lo más hondo de los abismos, de lo inhumano e indigno. Amparados por la clandestinidad e ilegalidad del “negocio”, endiosados por la imperiosa necesidad del que quiere sobrevivir, del que no se resigna al destino que por azar (tener la suerte de nacer aquí o allí) le ha tocado vivir, seguro que ya están preparando “un nuevo naufragio”.

El mar no entiende de sueños, de esperanzas y proezas


                Y el inmigrante, con el corazón puesto en un sueño que nadie quiere soñar, paga con creces un viaje al infierno en primera clase; en pateras, contenedores, o entre el amasijo de hierros de los bajos de un furgón... Si lo logra, si acaso llega a cruzar la frontera... al otro lado siempre esperan, pacientes, sus singulares anfitrionas: más hambre, más  miseria y más horror; la indiferencia y recelo de todos… nosotros, los españoles… franceses, griegos, daneses  o italianos…


                Siento el corazón “chiquitito”, helado y avergonzado. Siento rabia, profunda lástima e impotencia.Y en mi mente sólo atisbo lo terrible y trágico de la instantánea en que esos padres pierden de vista a sus hijos, los ven desaparecer sin remedio en lo espeso y denso de la nada, de las infinitas aguas. ¿Qué podemos hacer?...

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