jueves, 20 de noviembre de 2014

Sublimes, soberbias, exquisitas; crujientes hasta el éxtasis e irresistibles hasta el pecado, las PATATAS FRITAS ARTESANAS de Celigüeta CONQUISTAN con NOTA el MERCADO


He de reconocer que me gustan las patatas fritas; las de casa, recién hechas, y las de bolsa. Se parezcan éstas más o menos a… tengan ondas o sabores, éste o aquel envase, o sean de una u otra marca… independientemente de su fama o trayectoria y reputación, me gustan las patatas fritas…
Sí, ¡¡me encantan las patatas fritas!!... pero si me das a elegir, si me das a elegir… me quedo con las patatas fritas artesanas.



Sin embargo, no todas las patatas fritas artesanas me resultan igual de sabrosas e irresistibles. Lo cierto es que entre unas y otras (de entre tantas y muchas que voy catando), las diferencias son notabilísimas, ¡¡ya ves!!. Y he de subrayar, además, que especialmente me decepcionan las de las marcas o empresas más prestigiosas, de tradición y renombre… ésas que desde la infancia han formado parte de nuestras vidas, y encontrado siempre un hueco en las alacenas de nuestros hogares.

La feliz y gran diferencia, la magnificencia en el “enigmático” arte de elaborar patatas fritas artesanas, la gran sorpresa, ¡¡vaya!!, en este universo gastronómico que tan sencillo aparentaba, la encuentro, por casualidad, a la vuelta de la esquina… en el súper del pequeño pueblo en que residen mis padres.

Bajo la “marca” de la cadena de supermercados, en el estante de los “cientillones” de snacks que existen a disposición del consumidor; en bolsa de papel (como antaño), que en su interior aloja dos bolsas de plástico transparente (sin filigranas, sin dibujos, sin colores o diseños llamativos), se encuentran las patatas fritas artesanas que desde Salvatierra (Álava), elabora y comercializa Celigüeta S.A.



Una empresa que inicia su andadura en 1996, y que desde luego demuestra que sí, que de freír patatas sabe un rato. Su secreto, dicen, son los ingredientes: patata, aceite de girasol y sal; sus productos seleccionados y sus procesos de elaboración y envasado.

 Y frente al resto, a tantas y otras que reiteran en sus envases la elaboración cien por cien con aceite de oliva, que también exhiben con orgullo el distintivo de “la artesanía” (y que no dejan de estar muy buenas), se aprecian características que hacen de ellas, las de Celigüeta,  un delicioso e irresistible bocado. Con refrescos, vino o cerveza; solas o en compañía (queso, anchoas, aceitunas…)… ¡¡Ummm, madre mía!!

Así, no es de extrañar que a menudo se agoten las existencias en el supermercado, y que todos a los que se las he ofrecido coincidan en señalar lo “ricas que están, y lo próximas que resultan a las patatas fritas de casa”.

Sencillo, simple y de calidad; ése es
el secreto de Celigüeta.
Sobresalen por su textura; extraordinariamente crujientes y algo más gruesas de lo habitual, se antojan recias al “romperse” en la boca, y con el toque exacto de sal. Del mismo modo, su bello tono dorado y homogéneo, anticipa el logro indiscutible en el arte de freír. Ni mucho, ni poco; lo justo.

Otra cualidad importante que se aprecia en la patatas artesanas de Celigüeta, es que no resultan grasientas, y que conservan sus propiedades incluso una vez abiertas. Igual de crujientes, de sabrosas y apetecibles; repletas de sabor, de olor…


Sabor a patata, a patata frita artesana… y es que a las patatas fritas artesanas de Celigüeta sólo les falta estar calientes, para lograr que el consumidor retorne a aquellos tiempos en que las patatas fritas se hacían a la vista, sobre la marcha, y se servían en cucuruchos de papel… ¡¡por eso eran artesanas!!.