He de reconocer que me
gustan las patatas fritas; las de casa, recién
hechas, y las de bolsa. Se parezcan éstas más o menos a… tengan ondas o
sabores, éste o aquel envase, o sean de una u otra marca… independientemente de
su fama o trayectoria y reputación, me gustan las patatas fritas…
Sí, ¡¡me encantan las
patatas fritas!!... pero si me das a elegir, si me das a elegir… me
quedo con las patatas fritas artesanas.
Sin embargo, no todas las patatas fritas artesanas me resultan igual de
sabrosas e irresistibles. Lo cierto es que entre unas y otras (de entre tantas y
muchas que voy catando), las diferencias son
notabilísimas, ¡¡ya ves!!. Y he de subrayar,
además, que especialmente me decepcionan las de las marcas o empresas más
prestigiosas, de tradición y renombre… ésas que desde la infancia
han formado parte de nuestras vidas, y encontrado siempre un hueco en las
alacenas de nuestros hogares.
La feliz y
gran diferencia, la magnificencia en el “enigmático” arte de elaborar patatas
fritas artesanas, la gran sorpresa, ¡¡vaya!!, en este universo gastronómico que
tan sencillo aparentaba, la encuentro, por
casualidad, a la vuelta de la esquina… en el súper del pequeño pueblo en que
residen mis padres.
Bajo la “marca” de la cadena de
supermercados, en el estante de los “cientillones”
de snacks que existen a disposición del consumidor; en bolsa de papel (como
antaño), que en su interior aloja dos bolsas de plástico transparente (sin
filigranas, sin dibujos, sin colores o diseños llamativos), se encuentran las
patatas fritas artesanas que desde Salvatierra (Álava), elabora y comercializa Celigüeta
S.A..
Una empresa que inicia
su andadura en 1996, y que desde luego demuestra que sí, que de freír patatas sabe un rato. Su
secreto, dicen, son los ingredientes: patata, aceite de girasol y sal; sus productos
seleccionados y sus procesos de elaboración y envasado.
Y frente
al resto, a tantas y otras que reiteran en sus envases la elaboración cien por
cien con aceite de oliva, que también exhiben con orgullo el distintivo de “la
artesanía” (y que no dejan de estar muy buenas), se aprecian características que hacen de ellas, las de Celigüeta, un delicioso e irresistible bocado. Con
refrescos, vino o cerveza; solas o en compañía (queso, anchoas, aceitunas…)… ¡¡Ummm, madre mía!!
Así, no es de
extrañar que a menudo se agoten las
existencias en el supermercado, y que todos a los que se las he ofrecido coincidan en señalar
lo “ricas que están, y lo próximas que
resultan a las patatas fritas de casa”.
Sencillo, simple y de calidad; ése es el secreto de Celigüeta. |
Sobresalen por su textura; extraordinariamente crujientes y algo más gruesas
de lo habitual, se antojan recias al
“romperse” en la boca, y con el toque exacto de sal.
Del mismo modo, su bello tono dorado y homogéneo, anticipa el logro indiscutible en el arte de freír. Ni mucho, ni poco; lo
justo.
Otra cualidad importante que se
aprecia en la patatas artesanas de Celigüeta, es que no resultan grasientas, y que conservan sus propiedades incluso una
vez abiertas. Igual de crujientes, de sabrosas y apetecibles; repletas
de sabor, de olor…
Sabor a patata,
a patata
frita artesana… y es que a las patatas
fritas artesanas de Celigüeta
sólo les falta estar calientes, para lograr que el consumidor retorne a aquellos tiempos en que las patatas
fritas se hacían a la vista, sobre la marcha, y se servían en cucuruchos de
papel… ¡¡por eso
eran artesanas!!.