lunes, 20 de octubre de 2014

Genuino Roquefort, el queso de las cavernas que a punto estuvo de desatar una guerra

 Durante la ocupación alemana en Francia, la producción de queso roquefort merma considerablemente, y es  sustituída en parte por el queso azul danés, y por el “falso roquefort” que se produce en Estados unidos.


                Una vez se logra el triunfo aliado, el queso francés recupera sus niveles de producción, y es entonces cuando los productores americanos del “falso roquefort”, inician su “cruzada” higienico-sanitaria contra el queso auténtico de origen francés, exigiendo a las autoridades competentes que se estableciese como requisito para su elaboración, el proceso de pausterización de la leche empleada.
                Las argumentaciones esgrimidas no fueron tenidas en cuenta, primero porque las ovejas no pueden transmitir la tuberculosis, y segundo porque, como señaló un productor francés, “roquefort fue inventado mucho antes de que existiera Pasteur, y nadie ha muerto por comer queso, ni siquiera Carlomagno”.       

                En las características cavernas de la montaña de Causse du Cambalou, sobre la planicie de Languedoc, en la localidad de Roquefort-sur-Soulzon de Aveyron, al sur de Francia, se produce desde hace siglos (1070 como referencia más fiable conforme al producto de hoy) el queso más caro y sabroso del mundo: El Roquefort.

                En su proceso de elaboración, largo y laborioso, se sigue una técnica heredada que ya llamó la atención de Plinio El Viejo, tal como figura en sus escritos: “(...) se aprecia de entre todos los quesos aquel que proviene de la Galia, del monte Luzare y del país de los Gabales (...)”.
                Como en tantas y muchas otras cosas, se dice que el primer queso roquefort se produjo por accidente, y dió lugar a un producto de fama y prestigio que obtuvo su patente de fabricación ya en el siglo XIV.
                Del gusto de Carlomagno, de Giacomo Casanova, y de muchos otros hombres más o menos notables, en 1925 una ley otorga protección y garantía de orígen al roquefort, que habrá de “señalarse” en el envoltorio con una oveja impresa en rojo sobre marco oval, como rasgo distintivo de su identidad y autenticidad.
El queso roquefort obtuvo su patente de fabricación en el siglo XIV
               

               Para la elaboración de este queso se precisa la leche de cuatro razas de oveja (Lacaune, Lorzac, Segola y Causses), que sólo están disponibles para tal menester durante seis meses al año, con una producción por cabeza de 1.046,5 litros al año, y más de 800.000 ovejas repartidas por los pastos de montaña.
                La elaboración del queso no deja de estar teñida y rodeada de un halo de misterio, que no lo es tanto en realidad, porque lo cierto es que el roquefort no encuentra competidores “dignos” en su producción, merced a la dificultad de igualar las condiciones de temperatura y humedad ambiente, que ofrecen de forma natural las cavernas de la montaña. En ellas reposan durante tres meses estos prestigiosos quesos, que apunto estuvieron de desatar una guerra entre franceses y norteamericanos, recién zanjada la Segunda Mundial.

                Numerosos son los mimos y atenciones que conforman el proceso de fabricación de estos quesos, que habrán de trabajarse en condiciones muy específicas en todas y cada una de las etapas (cuajado, escurrido, cortado, perforado...), y que cuentan con la incomparable mediación del hongo “Penicilliumroquefortii”, que encuentra precisamente en las cavernas del Causse du Cambalou, las condiciones idóneas para su desarrollo.

                Francia produce más de veinte mil toneladas anuales de roquefort, que se reparten del siguiente modo:

                Estadísticas: El 82% (16.400 toneladas) se consumen en el país de orígen, y el 18% se destina a la exportación (un 10% o dos mil toneladas encuentran su mercado en EE.UU, y un 8% se distribuye por la Unión Europea, con la cifra nada desdeñable de cincuenta toneladas para la corona británica.