lunes, 20 de octubre de 2014

De “Plateros” nada, Juan Ramón

 “Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: “¿Platero?”, y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...” (JRJ)



Nada que no sepamos ya; mera redundancia arrojada al azar…

Mermada, cercenada, mutilada, la naturaleza se desangra. Parece un fantasma; caricatura grotesca de lo que fuera sublime estampa. Y detrás (siempre detrás), delante y alrededor... escucho la voz ronca de un “se acaba”, que no acaba - sin embargo- de sonar. suena siempre igual; a grito mudo, agudo; a sonata de muerte; a triste sainete.

Hoy suena más fuerte que ayer, como si estuviese muy cerca el macabro jinete. Porque hoy suena a sustantivo; único, concreto, mayúsculo y ambiguo: “burro, burro”.
Bien valdría cualquier otro: lince, lobo, rebeco, oso... y aunque bien valdría cualquier otro, repito lo de BURRO, porque parece que hoy, desde el lucero del alba, suenan a burro todos los rincones de la fría mañana.
No quedan burros ya; no quedan burros. Nos queda sólo (a lo sumo), su recuerdo. Imagen de papel en las páginas de un libro, tal vez; en la viñeta amarillenta de algún cuento, quizá. No quedan burros ya.
Desiertos los prados, quedan sólo burros de metal. Eficaces, obedientes e incansables... sólo burros de metal... Hasta que se extingan -también- con los prados y los campos, con los linces y los osos, con los ríos y los mares, con los bosques de castaños y de robles; con los burros de verdad, las montañas y los lagos...
        De Plateros nada, Juan Ramón... burros de metal. La era de la automatización de las labores del campo ha conseguido que este animal empiece a ser olvidado. Y si en 1960 se contabilizaban en España un millón doscientos mil burros, ahora no llegan a cien mil, y muchas de sus razas se encuentran en verdadero peligro de extinción. Y tal como señalaba el diario ABC, a  ciencia cierta no se sabe cuántos asnos quedan en España. El último censo oficial data de 1999. Lo elaboró el Instituto Nacional de Estadística (INE) y en él se daba, por entonces, la cifra de 52.353. Nada que ver con el millón trescientos mil burros que había en España en el año 1865”.

¿Sólo burros de metal?. De pronto, parece como si se hundiese una lanza en algún punto de la espalda, como si esa misma lanza hurgase, con la punta y con placer, en una antigua llaga; ¡ay!...
Hoy suena a sustantivo mayúsculo y ambiguo. A burro que no existe con su trote alegre y su negro mirar, tintado de azabache y tulipán. Suena a burro (¡ay!), al burro de dos patas responsable de esta nada, responsable de un adiós que se prolonga -infinito-, y como las sombras se arrastra, con fieras garras, por un planeta que dice “¡¡basta!!”.

Nada que no sepamos ya; mera redundancia arrojada al azar…
“(...) A mediodía, Platero estaba muerto. La barriguilla de algodón se le había hinchado como el mundo, y sus patas, rígidas y descoloridas se elevaban al cielo (...).” (JRJ)